Zigzag
- la bola
- 6 abr 2020
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 6 abr 2020
~Manuel Chávez Orione 6°
Cada 2 de Abril siento el mismo dolor de estómago al leer comentarios o artículos queriendo olvidar la memoria histórica de la causa Malvinas. Lo probable, es que esto no sea con malas intenciones (en general), sino que es un mecanismo invisible e implícitamente presente en cada discusión e intercambio sobre esta fecha. A esto se lo llama desmalvinización.
Quisiera arriesgarme a preguntarle al lector si alguna vez se encontró con el concepto “desmalvinización”. Ante las discusiones que nos atañen en el presente resulta necesario poder escribir unas líneas para reflexionar acerca de cómo pensamos Malvinas desde la recuperación de la democracia, y con ello, debatir en torno a este concepto.
En Junio del 82 nuestro ejército se retiraba de la Islas y se consumaba nuestra derrota militar. De ahí en adelante, el conjunto de la sociedad argentina y los veteranos de la Guerra toman dos posturas que se contradicen con claridad: por un lado, quienes comprenden el conflicto como un acto patriótico y quienes postulan que fue un hecho lamentable y vergonzoso, donde esta última ganaría mayor terreno durante el alfonsinismo y la reproducción de distintos contenidos culturales que justificaban este argumento (desde la escuela al cine) que todavía hoy persisten en gran parte de nuestras instituciones y la sociedad civil.
Un debate que es relevante para empezar, ¿es legítima la guerra de Malvinas?; ¿qué ideas tenemos para pensar este acontecimiento? En primer lugar, nuestro país se encontraba en una dictadura cívico militar que había desarrollado un plan sistemático de represión y persecución a la sociedad argentina. Esta se encontraba en un pésimo momento económico y sumida en la inestabilidad política ante las internas dentro de las Fuerzas Armadas y también el hartazgo de la sociedad civil y muchos de sus espacios de representación, como los sindicatos. Por otro lado, quien ocupaba (y ocupa) las Islas es el Reino Unido, que se ubica a más de 12.000 km. de distancia, y lo hace de manera ilimitada e ilegítima desde 1833, año en el que se las usurpó al Estado argentino.
Se argumenta –también- que la preparación profesional británica superaba con creces a la nuestra; además, se denuncian malos tratos y violación de derechos a nuestros soldados por parte de sus propios superiores. Por otro lado, en un mundo donde la expansión e intervención imperialista por distintas vías -sea con influencias político económicas o intervenciones militares directas para deponer autoridades y decidir sobre los destinos de la Argentina, y de todos sus países hermanos- son una de las principales causas de nuestras miserias, el control de Gran Bretaña sobre las islas es un acto más de dominación, y de los más antiguos y evidentes.
¿Podemos pensar la guerra de Malvinas como un acto anti imperialista? ¿Por qué gran parte de las organizaciones político sindicales que se oponían a la dictadura apoyaron, de todos modos, la intervención para recuperar las Islas?
La historia pareciera no contener la linealidad que se espera que tenga, enunciar que existe un lado bueno y otro malo, como lo hacía Margaret Thatcher cuando posicionaba al Reino Unido como un Estado democrático y, por ende, bueno, y el Estado argentino como el malo y, por ende, nuestro reclamo como ilegítimo, es –simbólicamente- otra forma de perder. Porque rechazar furibundamente la guerra que iniciamos, querer eliminarla de nuestra historia, de nuestro pasado, o reducirla a la locura y a la vergüenza, es, de forma implícita, rechazar la causa Malvinas.
¿Recordamos que el inicio de la guerra de Malvinas inició una oleada de solidaridad entre los países de Latinoamérica? Países como Perú, Bolivia, Venezuela, Brasil, Nicaragua e incluso Cuba se fraternizaban con la causa. O, por ejemplo, leamos lo que pensaba las CGT:
“En principio hay que dejar en claro que la recuperación de las Islas Malvinas convocaba a la nación, a sus habitantes y a la reafirmación de los derechos argentinos sobre esos territorios. Mayoritariamente para la población no representaba al Estado gobernado por militares sino que constituía una causa nacional tras la cual se encolumnaba y apoyaba fuertemente. La decisión de la dictadura de invadir Malvinas se basó en la necesidad de recuperar la legitimidad perdida y unificarse tras un objetivo en común. La CGT, como otros actores sociales y políticos, se vio sorprendida por la acción militar. No obstante calificó el desembarco en Malvinas como un acto legítimo de justicia, a partir del cual se esperaba que se proyectara más allá de la soberanía territorial y que constituyera el punto de partida para el ejercicio integral de la soberanía popular, que se tradujera en una salida política hacia la democracia.”1
¿Podríamos, entonces, comenzar a postular que la guerra, con todos sus zigzags ideológicos, tiene legitimidad en la historia de nuestro país porque es una causa de nuestro pueblo y como pueblo latinoamericano una causa que busca una mayor independencia y una real soberanía de nuestra(s) nación(es)?
Reconocer el heroísmo de nuestros veteranos que, a pesar de las asimetrías de formación con los británicos, consiguieron grandes hazañas en combate, que muchos de ellos dejaron la vida por esta causa y muchos otros sufrieron de traumas posteriores a la guerra, en ellos debemos entender la entrega, no la supuesta ingenuidad, debemos levantarlos y respetarlos, no subestimarlos y caratularlos de víctimas.
Porque como dice el ex combatiente Fernando Cangiano:
“Combatimos en Malvinas a una fuerza conformada por los gendarmes mundiales de los últimos 200 años, por los que llevaron y llevan la guerra a todos los rincones del planeta. El momento y las circunstancias no las elegimos nosotros, los soldados, aunque nos movimos bajo el poderoso influjo de una causa justa, anclada en la historia de nuestra Patria Chica y de nuestra Patria Grande. Hubiéramos preferido formar parte de un Ejército popular y democrático, en donde los soldados eligen a sus oficiales, pero tal Ejército descansaba en los polvorientos manuales de las guerras de la independencia o del lejano Octubre rojo. Lo que teníamos ante nosotros era un Ejército que había oficiado de policía interna para aplicar una política antinacional, que era la política de los que estaban del otro lado de la barricada en Malvinas. Así se escribe la historia, con contradicciones y zigzagueos imprevisibles. Ese Ejército combatió con honor y valentía en todos sus niveles y jerarquías. Debe ser condenado por sus crímenes durante la dictadura pero honrado por su valiente desempeño en Malvinas. De lo contrario, aun sin quererlo, estaremos alimentando el cáncer de la “desmalvinización”, es decir, el discurso falsamente humanista de los guardianes de Su Majestad.”2
La historia es irrevocable, incorregible, las circunstancias que tocaron y se construyeron fueron aquellas, y con ellas fuimos a la Guerra, los intereses de la Junta Militar seguramente hayan sido distintos a los del resto del pueblo argentino y con ellos deberemos lidiar, pero no podemos abandonar la discusión ni esta causa por las contradicciones mismas de la historia.
La soberanía es el objetivo, de aquí en adelante tendremos que buscar la forma de encontrar los caminos para recuperarla.
Bibliografía:
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